Territorio Mingei

Territorio Mingei

Mariana Villa

En el aeropuerto de Narita, en Tokio, lo primero que me colocó en el espacio fue el silencio.
Pensé que algo extraordinario había pasado, pero no; el silencio es algo ordinario en Japón.

En lugares que yo había asumido ruidosos y estresantes, en esa ciudad inmensa me encontré con más amplitud en el pecho.
El formato de inmigración era elegante, escrito en kanji, impreso sobre un papel suave.
Me dio vergüenza escribir mi nombre con bolitas y palitos. Tuve la sensación de venir del lado troglodita del mundo, del kínder humano en donde todavía comemos con cuchillos y trinches. 

Luego fui al baño y llegué al futuro.
Se veía reluciente. Me senté sin miedo en un WC con un control de mando para chorritos de agua a temperatura y ángulos precisos.

No quiero abonar al imaginario occidental de un Japón futurista de ciencia ficción. Ese futuro del que hablo es más bien el resultado de la consideración por el otro. Todo me pareció estar diseñado con una dedicación conmovedora para la comodidad silenciosa del cuerpo y del espíritu.

Japón me mostró un balance entre lo urbano y lo rural.

En lugares donde todo estaba en su sitio, había también lugar para lo salvaje: jardines silvestres que convivían armoniosamente con bonsáis y camas de cultivo.

Las dicotomías japonesas son haikus.

Pequeñas poesías que me explicaban la naturaleza contradictoria de todo.

El control que tienen del tiempo y, al mismo tiempo, tiempo de sobra.

Desde hace muchos años sentía un magnetismo hacia Japón y sus artes. Finalmente la cerámica, me llevó a ese territorio.

Fui a Guadalajara al taller de Maxine Álvarez, para tomar un curso sobre urushi y torno con Koichi Onozawa que venía acompañado por Noriko, su esposa. También conocimos a Yuki Watanabe que nos ayudaba a traducir y que también trabaja con urushi. Unos meses después mi amiga Laura y yo, acabamos en Japón, fascinadas por las técnicas de nuestro nuevo sensei.

Yanagi Sōetsu, Kawai Kanjiro y Shoji Hamada, son los fundadores del movimiento Mingei 民衆的な工芸, que quiere decir "artes del pueblo". Surge en los años 20’s como respuesta a la industrialización y reivindica la belleza de lo anónimo, lo funcional de uso ordinario y de lo hecho con las manos para los demás. 

“La belleza de la vida diaria” de Sōetsu, es uno de mis oráculos.
Atravesamos la ciudad para visitar el Museo de Artesanías de Japón (Mingeikan), fundado por los tres renombrados alfareros en 1936. Un espacio cálido como una casa habitada que recorrimos en pantuflas obligatorias. Está lleno de objetos que alguna vez fueron útiles; cuencos, cucharas, telas teñidas... De pronto me pareció que esa forma de vida cuidadosa y simple estaba casi extinta. 

Pensé que México también es Mingei, sobretodo en los pueblos originarios y rurales.
Sentí un duelo profundo por la pérdida de nuestros oficios y, al mismo tiempo, mucha ternura por quienes aún resistimos, incluso en contextos urbanos.

El fuego como oración

En Kioto fuimos a la casa de Kanjirō Kawai.

La casa es de madera oscura, de dos pisos, conectada por un vacío central que permite visibilidades casi surreales. Las ventanas de papel dejan entrar una luz cálida y suave.

Todo parece consecuencia de una serie de decisiones tomadas con cuidado y consistencia.

Hay un jardín central, salvaje e intencionado hasta el último rincón.

Un horno pequeño como si fuera un altar, seguido de un taller con piso de tierra, con muy pocos objetos. Después de ese espacio, hay un horno enorme de leña; parece un animal dormido.
Ocho bóvedas de unos dos metros de ancho por cinco metros cada una.
Nos dijeron que las quemas duraban siete días y noches, cuidando y manteniendo el fuego vivo.

Siento que en esas quemas está el espíritu Mingei: la colectividad, el ritual, el fuego como oración.

Al salir de ahí compramos un libro que se llama We Do Not Work Alone, de Yoshiko Uchida, quien estuvo un año en el taller con Kanjiro y su hijo Hiroshi. En él comparte, traducidos al inglés, algunos pensamientos de Kanjirō Kawai:


“Fire in my hand,

A cold ball of fire,

Fire which has changed its shape

Hidden in the clay

                    ...pottery

To everything

Goes the gift of fire.

Bake and harden!

The plea of fire.

The prayer of fire,

  To melt, to melt!

That is the prayer of fire.”

Al final del viaje, volvimos al principio.

Nos reencontramos con nuestros amigos Koichi, Noriko y Yuki en Mashiko.

Durante varios días recorrimos la feria de cerámica más grande de Japón.

Calles enteras convertidas en un mercado de barro: cientos de puestos, miles de piezas utilitarias hechas en torno, modeladas a mano, cocidas en distintos tipos de hornos.

Koichi nos presentó a algunos colegas, alumnos, amigos. Pocas palabras y muchos gestos. Nuestro maestro, que en México parecía muy serio, resultó ser un personaje que hace reír por donde pasa.

Me pareció que su trabajo ahí, en su contexto, en su comunidad y en su territorio, era ancestral y futurista.

El plato que tengo de Koichi en mi cocina es del tamaño de su mano. Me acompaña.

Koichi nos llevó al museo y casa-taller de Shoji Hamada.

Caminamos-corrimos por los espacios donde vivió y trabajó, fue como entrar a su forma de pensamiento encarnada en arquitectura, utensilios, formas de organización.

Hamada eligió una vida local y compartida. Volvió a Mashiko tras su paso por Inglaterra para desarrollar una cerámica profundamente enraizada en su comunidad.

Creó un taller donde todo —el torno, el horno, los esmaltes, la arcilla— era parte de un ecosistema artesanal.

No buscaba destacar: buscaba integrarse. Rechazaba la firma individual en sus piezas, defendía el trabajo colectivo, el anonimato como forma de libertad.

Su horno noborigama, construido en pendiente, se activaba durante días con el esfuerzo conjunto de varios alfareros.

Era un acto de confianza y colaboración, donde cada pieza pasaba por el juicio del fuego.

El pensamiento Mingei no se transmite como teoría, sino como una forma de estar en el mundo. 

Hacer no es solo producir.

Todos ellos me enseñan:

A trabajar para los demás.

A ver la belleza de lo ordinario, de lo útil.

A respetar los ciclos de la tierra,

los ritmos del cuerpo y del trabajo.

A sostener la arcilla

y esperar el fuego.


Desde mi ciudad, en medio del ruido y la velocidad,

invoco esta forma de estar.